Aunque durante los últimos 30 años hemos avanzado mucho en cuanto a la participación política de las mujeres, este es un tema que sigue poniendo en evidencia la cultura sexista de nuestra sociedad. Pues en la mayoría de los países las mujeres no representan ni el 30% en Parlamentos, y ni hablar de cargos ministeriales y jefaturas de Estado.
Hoy, en el 2016, la mujer sigue quedando relegada a puestos inferiores y no precisamente por falta de competencia, pues globalmente las mujeres constituyen más del 50% de graduados universitarios. Por ende, vemos un embudo en el que mujeres altamenta capacitadas no llegan a ocupar puestos de liderazgo.
En los últimos 15 años la participación de las mujeres ha crecido aproximadamente 5%, a ese ritmo la paridad se alcanzaría para el 2111*. Sí, ninguno de nosotros estará allí para vivirlo. Es por ello que se hace necesario analizar las causas de la disparidad y las posibles soluciones.
La realidad es que las mujeres en la política enfrentan una serie de barreras estructurales que les impiden llegar si quiera a las urnas electorales.
Primero está el poco apoyo de los partidos en fomentar la participación femenina, pues la idea de que hay «cierto tipo de profesiones» que son para mujeres sigue vigente en las cúpulas políticas, por ende, los cargos de alto perfil siguen estando reservados para hombres.

Por otro lado está el alto nivel de escrutinio al que son sometidas las mujeres en la política. Los medios se encargan de ridiculizar y sexualizar a las candidatas, exponiendo su vida privada al escarnio público. Desde la apariencia física hasta la habilidad de manejar un hogar y un trabajo a la vez, las mujeres son constantemente juzgadas con base en estereotipos de género.
Que yo sepa, los periodistas no le preguntan a un político del sexo masculino cómo hace para encargarse de sus hijos y del país a la vez.
Aunque si bien es cierto que los electores tienden a percibir a las candidatas como más justas, compasivas y honestas (estereotipos, ¡de nuevo!), los medios se encargan de construir otro concepto. O explotan la imagen de la «mujer emocional» que no es capaz de razonar o dibujan una mujer «fría y calculadora» cuyo único propósito es la venganza.

Hillary Clinton es el ejemplo perfecto. Ella es acusada de ser implacable y mandona, pero luego de una rueda de prensa donde se le salieron las lágrimas la prensa empezó a tildarla de «emocional y volátil». Ni qué decir de Cristina Fernandez, comunmente sexualizada por su figura y forma de vestir.
Este constante escrutinio y trato injusto hace que muchas mujeres no se atrevan a postularse. Además, enfrentan dificultades para conseguir patrocinadores en las campañas y carecen del apoyo de sus partidos en localidades donde realmente tienen posibilidad de ganar.
Ahora bien, es interesante ver el panorama global en cuanto a participación política femenina. Según la Organización Union Inter-parlamentaria, el top10 lo ocupan estos países:
1. Ruanda (63.8%), 2. Bolivia (53.1%), 3. Cuba (48.9%), 4. Seychelles (43.8%), 5. Suecia (43.6%), 6. Senegal (42.7%), 7. México (42.4%), 8. Sudáfrica (42%), 9. Ecuador (41.6%) y 10. Finlandia (41.5%).

Para sorpresa de muchos, la mayoría de países Europeos y Norteamericanos no están ni siquiera en el top25. La batuta en participación femenina la llevan países Latinoamericanos, Africanos y Nórdicos. Esto se debe a que se han implementado políticas de representación proporcional y 6 de los primeros 10 países aplican sistema de cuotas (obligatoria participación de cierto porcentaje de mujeres en el parlamento).
Las cuotas son muy criticadas por el estatus quo bajo la excusa de «la meritocracia», dando por sentado que las mujeres no tienen suficientes méritos para llegar a altos cargos. Esto es fácilmente desmontable analizando las credenciales de las mujeres pertenecientes a las organizaciones políticas.
Por supuesto que para ocupar un alto cargo es necesario estar plenamente capacitado, el problema es que muchas mujeres que lo merecen no logran alcanzarlo debido a las barreras estructurales y los estereotipos de género antes mencionados.

Por ello, muchos países deciden adoptar políticas públicas de acción afirmativa, como las cuotas, para garantizar la representatividad de la sociedad en los parlamentos. Es ilógico que una población 50-50 tenga una representación 20-80. Estas medidas son ampliamente respaldadas por organizaciones de Derechos Humanos debido a que la discriminación estructural y los prejuicios sociales tardan muchísimo tiempo en cambiar, por ello deben fomentarse leyes que promuevan la integración social.
La idea es que, como sociedad, nos dirijamos hacia un mundo donde los Parlamentos y Ministerios realmente nos representen y puedan hacerse cargo de nuestras necesidades. En un próximo post analizaré cómo la participación de mujeres en la política se traduce en beneficios para toda la sociedad.
¿Cómo es la participación política de las mujeres en tu país?
*Goodyear-Grant, Elizabeth. 2013. Gendered News Media Coverage and Electoral Politics in Canada.
Vancouver: UBC Press.