-Chicas, ¿en su país es legal el aborto?– preguntó Marjorie, una joven chilena, de 26 años, en medio de una conversación con otras chicas más o menos de su edad, venezolanas todas.
Era una tarde de verano santiaguina, calurosa, y justo en ese momento la Cámara de Diputados de Chile aprobaba el proyecto de ley para despenalizar el aborto en tres causales: riesgo para la vida de la madre, inviabilidad fetal y violación.
–Sí, eso allá se hace- soltó Katherine, con una afirmación tajante, que no es tan así. No como ella lo planteó.

Yo las escuchaba pero también chateaba en un grupo de Whatsapp y hacía scroll en Instagram. No crean que soy una text-a-holic, pero es que no son mis preferidas las conversaciones de mujeres que meten a los hombres en el saco de la clásica etiqueta todos son iguales, donde se supone van los malos del cuento. Porque de eso iba la tertulia antes de llegar al aborto: de todas las veces que han llorado “por culpa de ellos” y de todas las veces que juran volverán a llorar.
La equivocada respuesta de Katherine me sacó de inmediato de la pantalla de mi celular. Le discutí. Le dije que no nací aprendida y que algo sé de estos asuntos solo porque leo y porque me gusta estar informada. Me miró feo.
-Claro que sí se hace, a cada rato, hay muchos médicos que lo hacen. ¿Acaso tú eres médico o abogado?- me preguntó.
Sí, ese día nos estábamos conociendo.
–Creo que estás confundida entre lo clandestino y lo legal– fue mi respuesta. También le aclaré que no hace falta ser ni médico ni abogado para saber ciertas cosas.

–Ay, no, no, no. Eso para mí es lo mismo, además de que es tremenda sinvergüenzura– dijo.
Entre otras dos chicas y yo, le contamos a Marjorie, nuestra amiga chilena, que en Venezuela el aborto es ilegal, salvo que exista alguna amenaza a la vida o salud de la mujer. A ella le pareció más o menos lógico.
También le dijimos que de resto, nadie aborta legalmente, aunque la Red de Información por el Aborto Seguro sostenga que 7% de las venezolanas que solicitan orientación, es porque decidieron interrumpir su embarazo por ser víctimas de una violación.
Marjorie supo –y Katherine también- que la pena para una mujer que decida abortar en Venezuela, básicamente porque su cuerpo es suyo, va de seis meses a dos años de prisión y que la pena para un médico u otra persona que realice el procedimiento, es de uno a tres años.
Entonces nos dijo que aquí, en su país, hasta ahora el aborto es ilegal bajo cualquier circunstancia y las mujeres que interrumpen su embarazo enfrentan penas de hasta cinco años de cárcel.
A Marjorie, la palabra “sinverguenzura” la descolocó. No le pareció justo que Katherine la empleara en este contexto y por eso volvió sobre ella.
-¿Pero cómo que sinvergüenzura? ¿Piensas eso aún cuando se trate de una violación?
-Mira, yo creo que un hijo es una bendición, en el caso que sea, cualquiera. Una madre debe amarlo, lo planeara o no.

–Me parecía impensable que cualquier chica de nuestra edad dijera esto alguna vez. No te entiendo. Y después algunos dicen que Chile es el país más conservador de todos.
Fueron 44 los senadores que votaron en contra del proyecto propuesto por la presidenta Michelle Bachelet. Por supuesto, con unas opiniones mucho más explosivas que otras y algunas bastante desacertadas: que la despenalización del aborto es algo “tan grave, como lo sería un proyecto que permitiera la esclavitud”, se atrevió a decir el diputado José Manuel Edwards. Que es «la antesala a la legalización de la eugenesia. Y legalizar la eugenesia significa que se acabó la Teletón, se acabaron los niños con discapacidad», fue la perla de Gustavo Hasbún. Ajá, eso dijo, leíste bien.
Pero el diputado independiente Gabriel Boric, uno de los 66 que mostró respaldo, señaló en su aplaudida intervención que «en un contexto prácticamente cavernario en que se encuentra la legislación (de Chile), este proyecto podría suponer un pequeño avance en la lucha de las mujeres». Yo prefiero quedarme con esa frase.
Katherine no entiende, y me lo dijo después, cómo es que hay personas como yo, como Marjorie, como esos 66 diputados chilenos que aprobaron el proyecto, que pensamos que todo esto es apenas una pequeña gran victoria, en medio de una larga y tediosa lucha. No entiende que para nosotros esto no se trata de una invitación masiva a abortar, sino a poder decidir.
Muchos no compartimos su opinión frente a este tema, pero al menos yo la respeto. Yo respeto su derecho a elegir si continuar o no un embarazo, incluso bajo terribles y desafortunadas circunstancias como una violación. Solo quisiera que ella también respetara el derecho a decidir de aquellas personas que no compartimos sus convicciones.
Después de todo, la despenalización del aborto no obliga a nadie a abortar, solo le da a la mujer autonomía de decidir sobre su cuerpo, sobre su vida. Porque no querer tener un hijo es la razón más importante y válida para no tenerlo.
Foto destacada: Aton