La semana pasada, en nuestra segunda programa de radio, nos visitaron Laura y Luciana, de la Colectiva Feminista Decidimos. Ellas y sus compañeras acompañan a las mujeres durante el antes y el después de un aborto medicamentoso.

Porque en la Argentina está prohibido abortar a excepción de tres causales, violación, peligro para la salud de la mujer, inviabilidad del embarazo, y aún así se calculan en 500 mil las mujeres por año las que deciden abortar. Son estadísticas aproximadas, puede que sean muchas más.

En la programa Luciana usó un término que me gustó mucho: concierto social. Lo puedo imaginar perfectamente. El concierto social lo ejecuta una orquesta que incluye instrumentos de viento –juecxs y médicxs–, instrumentos de cuerdas –enfermerxs y policías– e instrumentos de percusión, como los emisarios de Dios (sin x, porque siempre son varones), los medios de comunicación. Lo que piensan las mujeres, eso, ya es otra cosa. Lo que sienten, puf, es de otro planeta.

Pero las mujeres somos la mitad de la población mundial.

Hace unos días vi la película argentina La Patota (2015, dir. Santiago Mitre), remake de una de 1961 en la que actuaba Mirtha Legrand y que supuso una novedad en la sociedad argentina de la época: una película que hablaba de la violencia de género. La Patota, la más nueva, narra la violación que sufre Paulina, una mujer de clase media acomodada de Posadas, Misiones. Paulina vuelve de su trabajo voluntario en un proyecto de educación política en una villa misionera y es atacada por una patota que la confunde con otra mujer. Paulina queda embarazada y, para sorpresa y espanto de todxs a su alrededor, incluyendo a su padre, que es juez, decide continuar adelante con su embarazo.

Hace muy poco el país se enteró que en Tucumán una chica de 27 años está presa hace dos años –dos años– por sufrir un aborto espontáneo en el hospital. El personal de salud la maltrató, la acusó de asesina, le mostró un feto que encontró en el baño –y que nunca se analizó mediante ADN– y la denunció a la justicia, violando el secreto médico. La justicia la condenó a ocho años de cárcel. Por homicidio. Nunca se comprobó nada: que el feto tuviese su mismo ADN, que el aborto fuese inducido, que hubiese matado a alguien.

El concierto social condenó a Belén a la cárcel, de este lado de la realidad, y el concierto social de este otro lado de la realidad no tolera la idea de que Paulina, muy caté por más que ella no piense serlo, quiera llevar adelante un embarazo producto de una violación. ¿Cuál es la ficción? Puede que Belén no haya querido abortar, que no haya siquiera sabido que estaba embarazada, pero entonces, ¿eso hace culpables a las que sí querían abortar y sí lo hicieron y lo hacen?

500 mil mujeres por año: no alcanzarían las cárceles para alojarlas a todas.

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La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a la salud de manera amplia: salud emocional, física, económica, etcétera. Una mujer que no quiera ser madre, o que no quiera ser madre en determinado momento de su vida, o que sienta que en ese momento de su vida no puede ser madre, ¿acaso no tiene derecho a decidir sobre ello? ¿No impacta acaso sobre su salud emocional el hecho de que esté obligada a llevar adelante un embarazo, a parir?

Las chicas de la Colectiva Decidimos trajeron más cifras a la radio. De los 2894 casos que acompañaron en el 2015, el 30% de los embarazos ocurrió producto de fallas en el método anticonceptivo, un 14,8% por su mal uso y del 51,4% restante, que no utilizó un método anticonceptivo, las causas van desde no querer usar el preservativo (por parte de ella y/o por parte de él) hasta la violencia sexual. De hecho, la mitad de las encuestadas –las encuestas son anónimas, se las llaman protocolas– dijo haber sufrido violencia sexista alguna vez en su vida. Más de la mitad eran creyentes. ¿Los motivos para abortar? Muchos, el principal de ellos el proyecto de vida o su situación económica.

Y fuera del aire nos dijeron: en la mayoría de los casos sus parejas sexuales no las acompañan; siempre la decisión recae sobre la mujer.

La decisión. En La Patota, el momento en que Paulina anuncia su decisión me impactó sobremanera. No podía dejar de pensar ni en pedo ni en pedo ni en pedo, y después, a medida que el relato avanzaba, y aunque yo seguíasintiendo ni en pedo ni en pedo ni en pedo sigo adelante con un embarazo que es producto de una violación, también dejé lugar para la duda, para tratar de comprender por qué lo hacía. La Patota es una película que merece más análisis, y los hay, que el que estoy haciendo acá. Pivota sobre varias ideas “condicionales”: ¿qué hubiera pasado si ese embarazo era de su novio? ¿qué hubiera pasado si la patota violaba “a la chica correcta” (a la que su líder pretendía “castigar”)? ¿qué hubiera pasado si la “chica correcta”, que tiene voz en el relato, hubiera denunciado a su tío abusador, que la dejó embarazada a los 14? ¿qué hubiera pasado si ella, como dice haber querido, lo hubiera asesinado?

Las posibles respuestas vuelven a estar en el concierto social, ese mismo que con timbales, bombos, platillos y violines nos dice a las mujeres que abortar está mal, que nuestro cuerpo es nuestro pero hasta ahí nomás, y que si alguien se toma esta idea muy a pecho puede incluso hacer uso y abuso de él: maltratarnos, abusarnos, violarnos. Matarnos.

Pero el concierto social, cuando nos violan, nos dice que abortar no es para nada una mala idea. Especialmente si somos caté, o clase media, o medio pelo. Si pertenecemos a las clases populares son capaces de decirnos cosas muy lindas como la que dijo el expresidente chileno S. Piñera de una nena de 11 años –también llamada Belén– que había sido violada por su padrastro y estaba embarazada: “me parece una niña muy madura porque ella va a querer y cuidar a su guagüita”.

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Foto de la película La Patota.

En La patota, Paulina dice algo muy contundente: cuando hay pobres de por medio la justicia no busca la verdad: busca culpables. Es lo que pasó con Belén, la chica tucumana: la culparon con avidez, la encarcelaron enseguida.

Pero volvamos a lo que une a Paulina y a Belén, dos mujeres de clases sociales tan distintas: la decisión. Nadie las escucha. Y, si lo hacen, las juzgan. Enseguida. No respetan lo que ellas quieren hacer o aquello por lo que ellas están pasando. Lo tuyo no es un aborto espontáneo, es un asesinato; lo tuyo no es no querer interrumpir tu embarazo, es extender tu trauma al infinito.

Si los cuerpos son nuestros, si los úteros son nuestros, entonces las decisiones sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros úteros, tienen que ser nuestras también. ¿Por qué yo pensaba ni en pedo hago lo que está haciendo Paulina? Porque no quisiera tener que llevar adelante un embarazo no deseado, nunca. Esa es mi postura personal. Las hay de variadas como hay tantas variedades de mujeres –y de personas que tienen útero pero no son mujeres–. Mujeres, incluso, que se oponen al aborto. Pero si hay unas 500 mil por año que abortan igual, crean en lo que crean, y el Estado con su prohibición las empuja a todas a la clandestinidad, que significa pagar mucho dinero y/o arriesgarse a morir, ¿no es ya hora que el Estado nos proteja como las sujetas de derecho que somos?

Con el aborto legal, libre, seguro, gratuito, la mujer que está en contra del aborto, entonces, jamás abortará, y estará en todo su derecho. Aquella que no sabe si está o no a favor tendrá la posibilidad de hacerlo cuando se encuentre en una encrucijada muy propia, muy personal. Y aquella que está a favor del aborto ejercerá su derecho si lo considera necesario o llevará adelante su embarazo si ese es su deseo.

El aborto tiene que ser legal para que todas podamos decidir sobre nosotras mismas, y que no sean otrxs lxs que lo hagan por nosotras. El aborto tiene que ser legal porque la tasa más alta de muerte “materna” en la Argentina es producto de un aborto clandestino: 300 mujeres al año.

Es lo que dijo Simone Veil, en 1973, a la hora de presentar su proyecto de despenalización del aborto en el congreso francés (y Simone era una legisladora de derecha): “Quisiera de antemano compartirles una convicción de mujer – y me disculpo por hacerlo delante de esta asamblea compuesta casi exclusivamente de hombres: ninguna mujer recurre al aborto con propósitos placenteros. Basta con escuchar a las mujeres.”

Es hora de que el concierto social deje de ser una patota.

Este es un artículo original del Blog Juana Sostén difundo aquí con su autorización.