La tarea de deconstrucción patriarcal es un ejercicio constante y hasta la más inesperada de las situaciones puede hacernos tomar consciencia de una desigualdad, que en el caso de los varones mayormente se tratará de un privilegio que gozamos por el sólo hecho de serlo.

Pocos días atrás algo similar me ocurrió en relación al manspreading.

Para quienes no estén familiarizad@s, el término manspreading hace referencia a la costumbre de muchos varones de sentarse con las piernas muy abiertas en el transporte público ocupando más espacio del correspondiente a su asiento, es decir, el espacio ajeno.

Todo comenzó cuando una amiga me comentó enojada una situación similar que acababa de sufrir en el trasporte público.

Fue en ese momento cuando algo resonó en mi cabeza, recordaba mis viajes en el subte (metro) de Buenos Aires, que eran probablemente distintos a las experiencias que mi amiga y cualquier otra mujer podrían tener. Nunca me preocupé porque nadie me acosara, por ejemplo.

Pero sí me ha pasado tener sentado al lado a uno de esos despatarrados (me gusta más ese término). Recordaba también mi reacción que consistía en un sutil forcejeo, hasta lograr que el pasajero acomodara su pierna en su espacio vital.

Una mezcla de síntoma fóbico, «no me toques!» (paradójico porque para corregirlo era imprescindible el roce), con un delirio justiciero, «este es mi espacio, no te atrevas a pasarlo». Confieso haber experimentado una cierta satisfacción en esas batallas secretas al lograr acomodar al pasajero con dificultades para encontrar los límites entre él y sus vecin@s.

He tenido también alguna batalla épica con algún despatarrado que además era obstinado y en esos casos el forcejeo ya no era sutil en absoluto. Consulté con otros varones, algunos hacían lo mismo que yo, otros pedían al hombre de piernas abiertas que por favor se corriera, otros desde el momento mismo de sentarse lo obligaban a moverse a riesgo de quedar aplastado.

En fin. Cuando me proponía contarle a mi amiga la dinámica de estas batallas secretas dando por sentado que mi realidad era igual que la de ella, me di cuenta que para mí, varón, era posible simplemente sentarme y forcejear unos segundos para que el despatarrado se sentara bien.

Desde niños nos enseñan a ser independientes, fuertes, reclamar por lo que nos parece justo.

De ser mujer, si desde niña me hubieran enseñado a cruzar las piernas, a mantenerme quieta y no quejarme, a no ser “fastidiosa”, si me hubiesen dicho histérica o loca cada vez que reclamaba por algo, a lo largo de toda mi historia ¿Se me habría pasado por la cabeza la posibilidad de forcejear o reclamar? ¿Me consideraría con el derecho a hacerlo?

Si hubiese experimentado un modo de subjetivación de mujer tradicional, como parte de un “sexo débil”, si me hubiesen enseñado a identificarme con una princesa que necesita ser rescatada, a no ensuciarme, si nunca hubiese trepado un árbol ¿Consideraría que tengo la fuerza suficiente, incluso para ese sutil forcejeo? Si me hubiesen enseñado desde la más tierna infancia a poner los intereses del prójimo por delante de los míos ¿Pondría mi razonable comodidad por sobre la obscena comodidad del otro?

De llegar a hacerlo siendo mujer ¿El despatarrado entendería la dinámica del forcejeo de la misma manera? ¿La aceptaría de la misma manera? ¿La interpretaría como seducción? ¿En lugar de correr la pierna buscaría que el roce se hiciera más intenso?

Si eso pasara y terminara poniéndolo en palabras (y conociéndome probablemente diciendo alguna grosería) ¿Sería una puta, loca, histérica, feminazi? ¿Me dirían que me estoy victimizando?

Sólo de pensarlo me lleno de bronca ¿Me dirían que no es tan grave, que no exagere, que me siente en otro lado? Eso sería peor, haría un escándalo ¿Me dirían que me calme? ¿Qué lo que necesito para calmarme es una buena…?

A esta altura me imagino rompiendo cosas… Creo que no viajaría más, al menos en hora pico, o viajaría con temor, o me lo aguantaría y me desahogaría con algun@ amig@.

Tal y como hizo mi amiga.

La deconstrucción es un ejercicio constante. Los varones debemos tomar consciencia de nuestros privilegios, saber que nuestra realidad no es igual a la de ellas y sabernos partes del problema. De ahí en más todo es preguntar, escuchar, leer, aprender, cambiar.