La lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres está plagada de matices que en muchas ocasiones han sido relegados por una corriente principal -el feminismo blanco burgués- que, al ignorar las intersecciones que se entretejen en las distintas experiencias de la subordinación femenina, homogeniza las demandas, repitiendo así patrones de dominación que se supondría buscan revertirse. Las académicas feministas Davis (2005), hooks (2004), Collins (2012), Anzaldúa (2004) y Alexander & Mohanty (2004) exponen sus críticas a la hegemonía del feminismo blanco al visibilizar y hacer presentes las múltiples experiencias de las mujeres afrodescendientes y de color. Asimismo, incluyen propuestas de los elementos que consideran es necesario incorporar para constituir una teoría y práctica feminista interseccional, incluyente y democrática.
En su análisis acerca del movimiento antiesclavista y el nacimiento de los derechos de las mujeres, Davis (2005) subraya cómo las distintas subordinaciones pueden llevar a grupos que se pensaría son opuestos, a unirse por la reivindicación de los derechos específicos que les han sido negados. Así, destaca cómo mujeres blancas obreras y amas de casa se volcaron al movimiento abolicionista al considerar que la esclavitud y el matrimonio eran equiparables debido al sometimiento: sintieron afinidad con mujeres y hombres afrodescendientes al conocer la naturaleza de la opresión por su propia subyugación. Esto les llevó a buscar establecer una alianza entre la liberación negra y los derechos de las mujeres a causa del carácter dialéctico de ambas luchas: la propia opresión se nutría del esclavismo. No obstante, a pesar de esta reivindicación conjunta, Davis recalca cómo la raza y la clase generaron contradicciones dentro del incipiente movimiento feminista durante la Convención de Séneca Falls (1848): ninguna mujer negra se desempeñó como congresista y se puso el acento en el matrimonio y sus efectos dañinos, ignorando las tesituras de las obreras blancas y las negras del Sur y el Norte de los Estados Unidos. Con esto, se pusieron de manifiesto las actitudes racistas y homogenizadoras de las mujeres blancas.
En ese sentido, hooks (2004) destaca que el feminismo en los Estados Unidos surgió de mujeres blancas, amas de casa de clase media con educación universitaria, cuya principal demanda era tener una carrera, lo que se convirtió en sinónimo de la situación de todas las mujeres estadounidenses, promoviendo que sus exigencias eran las que merecían transformación y atención, excluyendo los problemas políticos acuciantes de una gran cantidad de mujeres. Así, las mujeres blancas dominaron el discurso sin cuestionar su perspectiva impregnada de prejuicios de raza y clase, con lo que reforzaron la supremacía blanca y negaron la posibilidad de establecer vínculos que atravesaran fronteras: las diferencias y las intersecciones permanecían invisibilizadas porque sus privilegios les impedían verlas. Aunado a ello, señala hooks, gracias a las victorias del movimiento feminista, muchas mujeres adquirieron prestigio, fama o dinero, lo que devino en un oportunismo que socavó las llamadas a la lucha colectiva; así, al presentarse como no opuestas al patriarcado, al capitalismo, al clasismo o al racismo, la vanguardia feminista burguesa mantuvo los valores dominantes al basarse en la ideología del individualismo liberal, perpetuando la explotación y la opresión. Con ello, el “discurso legítimo” silencia el disenso al negar cualquier verdad que no encaje en su esquema.
Aunadas a estas experiencias, las vivencias de las mujeres de color tampoco han encontrado eco dentro del feminismo hegemónico. Anzaldúa (2004) pone el foco de atención en la sensación de ser ajena a una cultura que reprueba todo lo que es: una tiranía cultural en la que todo lo que no embona dentro de la tradición es considerado como lo desviado, lo extraño, la otredad. Para resistir la opresión y lograr la (auto) reivindicación, la autora destaca las intersecciones que la entretejen para dar forma a su identidad: lo mexicano, la frontera, la conquista, el mestizaje, el color de su piel, el lesbianismo.
Así como ocurre dentro del movimiento feminista, Alexander & Mohanty (2004) critican que dentro de la institucionalización de los estudios de las mujeres no se consideran las intersecciones al silenciar la experiencia racista por genealogías nacionales y culturales: al no cuestionar la hegemonía de lo blanco y del capitalismo, los estudios de las mujeres refuerzan los regímenes de raza y eurocentrismo heredados, deviniendo en “procesos de recolonización”, donde se consolidan y exacerban las relaciones de dominación y explotación capitalistas.
Ante este panorama, ¿cómo logramos articular las luchas sin homogeneizar las demandas feministas y comprender las diversas aristas en los movimientos por los derechos de las mujeres?
Primero, resulta imperante visibilizar las múltiples experiencias de las mujeres entretejidas a partir de las intersecciones. Para contribuir a ello, Collins (2012) destaca la existencia de un pensamiento feminista negro -un punto de vista colectivo basado en el grupo- como resultado de las opresiones interseccionales, es decir, una conciencia distintiva impregnada por las experiencias. Para ella, los temas centrales de este pensamiento son: la memoria de las luchas contra la violencia; los patrones diferentes de conocimiento experiencial; la conexión entre experiencia y activismo; las contribuciones intelectuales afroamericanas; la importancia del cambio; y, la vinculación con otros proyectos de justicia social.
Para Anzaldúa (2004), la propuesta es construir una propia arquitectura feminista que nos libere para tallar y cincelar nuestro propio rostro. Idea compartida por hooks (2004), para quien el feminismo debe pensarse como una teoría en proceso de elaboración que critique, cuestione, re-examine y explique a partir de la conciencia estimulada por las circunstancias sociales y las experiencias vividas. Alexander & Mohanty (2004) señalan que para comprender las diversas construcciones de la identidad en el capitalismo tardío, es necesario disolver la estabilidad y utilidad de las categorías raza, clase, género y sexualidad. Además, se necesita un pensar situado sobre las mujeres en diferentes contextos, así como considerar el conjunto de relaciones de desigualdad entre las personas y los pueblos, aunado a una posición crítica, antirracista y anticapitalista para hacer posible el trabajo solidario feminista. Para poder desarrollar praxis feministas locales particulares, es necesario comprender lo local -sus propias historias de lucha, formas de teorizar, modos de organización, prácticas feministas- en relación con procesos transnacionales capitalistas, de globalización y de recolonización, así como las continuidades y fracturas entre los legados de colonización históricos y emergentes.
Para llegar a una democracia feminista participativa transfronteriza, anticolonialista y anticapitalista, Alexander & Mohanty (2004) proponen transformar la conciencia, reclamar autoridad epistémica para hablar de represión, reconceptualizar la identidad y comprender las jerarquías de dominio para construir visiones alternativas. En concreto, la práctica democrática feminista debe consistir en la descolonización del yo y de las nociones de ciudadanía basadas en principios anticoloniales y socialistas con un compromiso ético de justicia para todas las personas.
Referencias
-Alexander, M. Jacqui & Mohanty, Chandra Talpade (2004), “Genealogías, legados, movimientos”. En bell hooks et. al. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Barcelona: Traficantes de Sueños, pp. 137-183.
-Anzaldúa, Gloria (2004), “Los movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”. En: bell hooks et. al. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Barcelona: Traficantes de sueños, pp. 71-80.
-Collins, Patricia Hill (2012), “Rasgos distintivos del pensamiento feminista negro”, en Mercedes Jabardo (ed.) Feminismos negros. Una antología, Barcelona: Traficantes de Sueños, pp. 99- 135.
-Davis, Ángela (2005), “El movimiento antiesclavista y el nacimiento de los derechos de las mujeres”, y “La clase y la raza en los albores de la campaña por los derechos de las mujeres”, en Ángela Davis, Mujeres, Raza y Clase, Madrid: Editorial Akal, pp. 39-77.
-hooks, bell (2004), “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista”. En: bell hooks et. al. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Barcelona: Traficantes de Sueños, pp. 33-50.