Feminista, Femi – (nitzaa), del mixteco florecer, reverdecer.

Honrar las raíces, Fotografía: Zoé Bravo

El feminismo que pareciera a veces dividirnos, y acentuar las diferencias entre unas y otras, termina haciendo posible que la diversidad que nos hace únicas, nos una, y que esa unión nos haga cada vez más fuertes.

La violencia contra las mujeres va mucho más allá de la violencia sexual, física o intrafamiliar. La violencia racista y económica que sufren muchas mujeres en entornos rurales e indígenas es muchas veces invisibilizada porque hay un sector privilegiado, cuya hegemonía silencia todas esas voces.

Vivimos en un mundo híper conectado, las redes nos permiten ver al instante que está pasando en cualquier parte del mundo. Eso hace que muchas veces la tendencia sea a mirar hacia afuera, pese a esto las redes también nos permiten llegar a personas que, aunque están muy lejos nos acercan a través de su historia de vida.

Esta es la historia de Vania:

Eres una mujer que ha vivido en diferentes contextos, ¿Cómo te describes y qué rol ocupa el feminismo en tu vida?

Me llamo Vania Zoé Bravo, soy una mujer joven, indígena, migrante, originaria de la región mixteca de Oaxaca, México. Tengo 21 años, mis autoras favoritas son bell hooks, Angela Davis, Audre Lorde, me identifico con el feminismo negro, antirracista, decolonial, ecofeminismo, lesbofeminismo porque son formas de feminismo que han sido y seguirán siendo posibles. Nací en la Heroica Ciudad de Huajuapan de León, donde los servicios hospitalarios son mejores que en Mariscala de Juárez, donde crecí.

Considero que mi infancia fue libre, mi padre me enseñó a labrar la tierra, así como a lavar los trastos, aprendí a leer y a escribir de la misma manera en que aprendí a andar en bicicleta, mi madre siempre me reiteró que, sin importar que yo fuera mujer iba a lograr lo que me propusiera, incluso acabar una carrera universitaria. Luego se separaron, entonces aprendí que el miedo puede convertirse en una herramienta muy poderosa para seguir adelante como mujeres, la fuerza y la sabiduría con la que mi madre luchó para obtener una pensión alimenticia me demostró el poder de decisión, que no estamos solas, aunque traten de convencernos de eso. Del comportamiento de mi padre aprendí que no merezco ser tratada como trató a mi madre. Después de su separación, mi mamá nunca dejó de apoyarme, dándome su amor, su paciencia y esfuerzo.

¿Percibes diferencias entre el feminismo urbano y rural?

Me es difícil definir qué significa uno y otro, aunque mis experiencias como feminista han sido diferentes en el plano urbano y en el espacio rural.

Por un lado, ser feminista en mi comunidad, entiendo esto como feminismo rural, ha sido complicado, primero porque no se nombra al feminismo como un movimiento político con el que las mujeres han logrado ejercer sus derechos. Ha sido un reto reconocer las acciones que las mujeres hemos tenido para visibilizar que existen cosas que nos atraviesan y necesitan ser nombradas.

Ese ejercicio ha comenzado desde mi casa, en mi familia, donde he sido motivo de burlas por tocar temas referentes a feminicidios, trata de mujeres o que el término feminazi es peyorativo, se me ha visto como alguien que no sabe de lo que habla.

Más allá de eso he tenido momentos muy cercanos e íntimos con mi abuela, mi madre y mis tías, porque en muchas de sus historias de vida compartimos miedos, deseos, sueños, luchas, dolor, violaciones, abusos, eso me ha hecho sentir acompañada y escuchada por ellas.

La experiencia en la ciudad ha significado darme cuenta de muchas cosas que desde pequeña me causaban ruido en el interior. Gracias a espacios como la universidad pude entender qué significa la violencia de género, gracias a las amigas y su fuerza he podido denunciar los abusos y las violencias que los hombres han cometido sobre mí, gracias a mis profesoras no me he quedado callada, gracias a las marchas me he sentido libre, gracias al autocuidado he aprendido sobre mi cuerpo… Todas esas cosas que apenas comienzan a nombrarse en mi comunidad o a entenderse/compartirse en mi familia, principalmente con las mujeres. Lo siento como un despertar, poder unir muchos aspectos antes inconexos.

¿Qué opresiones son características en estas comunidades pequeñas?

Para muchas personas de mi pueblo está mal visto que las mujeres ocupemos espacios públicos como la escuela, la universidad, la radio, las asambleas… Se acostumbra que la mujer esté detrás del hombre, que siga su paso.

Sucede también en las comunidades pequeñas que cuando una mujer es abusada sexualmente por alguien de su familia, la denuncia es desestimada, porque basta con que el agente hable con ellos para “armonizar” la situación, se continúa con una violencia hegemónica patriarcal. Las mujeres no deben estudiar, su lugar es en el cuidado incondicional del hogar y la familia.

El patriarcado ejerce una gran opresión sobre el cuerpo de la mujer, sobre sus elecciones de vida (ser madres solteras, lesbianas, bisexuales, casarse o no, tener hijos o no, estudiar, ser amas de casa, abortar) falta de apoyo económico y moral para poder llevar a cabo esas elecciones, nos sentimos atadas a repetir una vida como la que tuvieron nuestros padres: casarse, tener hijos, tener casa y morir.

Los pueblos originarios tienen un reconocido vínculo con la naturaleza, ¿en qué aspectos percibes que el feminismo se liga con esto?

Las experiencias en mi comunidad forman parte de mi ser feminista. he aprendido de mis ancestras sobre plantas medicinales, remedios caseros para los cólicos menstruales, fiebre y catarro, a ser amorosa, paciente conmigo misma, escucharme, apropiarme de los espacios, voltear a ver mi exterior y también mi interior, liberar las culpas, los miedos, abrazar mis sueños, ser curiosa, ser autónoma, autogestiva…

Gracias a esta plática confirmo lo indispensable de hacer una retrospectiva, entendiendo que todas las formas de violencia se entretejen y son fruto de un modelo de desarrollo, que se liga íntimamente al capitalismo, al colonialismo y al neoliberalismo, aunque también existe un patriarcado precolombino, una herencia que es necesario deconstruir desde nuestras raíces, no con teorías importadas.

Crecí rodeada de mujeres luchadoras, fuertes, leí aun siendo muy chica a Allende, a Mastretta, a Belli. Creo que por eso siempre me resultó necesario el ejercicio de intentar ponerme en los zapatos de otras.

Hay mujeres que desconocen de teorías, porque no les da el día, porque trabajan de sol a sol, y cargan aguayos de colores con su mismo peso en hijos y verduras para vender en el mercado, para alimentar a esos hijos y poder seguir cultivando esas verduras.

Hay otras que desconocen de sí mismas porque el rosario es tan pesado que siempre les recuerda que gozar está prohibido, que su cuerpo es pecado.

Es necesario repensarnos, deconstruirnos, cuestionarnos, querernos un poquito más, mirar a la de al lado y escucharla, creerle, abrazarla, porque este sistema que nos juzga por el simple hecho de ser mujeres, nos rivaliza, nos oprime, y para sanar hay que sacar eso que nos hiere, que nos avergüenza y nos pesa.