Nuestro cuerpo es nuestro territorio, y como tal, esperaríamos tener soberanía sobre él: poder decidir qué hacemos, cómo queremos que sea y que se vea, con quién nos vinculamos afectiva, emocional y sexualmente, si queremos reproducirnos o no, etcétera. No obstante, Maffía & Cabral (2003), Curiel (2012) y Lamas (2008) presentan cómo a través de tres mecanismos (la cirugía plástica genital reconstructiva, la familia nuclear y la penalización del aborto, respetivamente) la sociedad lleva a cabo un disciplinamiento de los cuerpos que va en contra de la autonomía ya que busca borrar las diversidades corporales, imponer la heterosexualidad y la maternidad, así como perpetuar que la construcción dicotómica que se hace de las personas es “natural”, reforzando así el orden de género.
De inicio, Maffía & Cabral (2003) aseguran que la cultura dicotómica fuerza a la apariencia de los cuerpos, es decir, el sexo anatómico es producto de una lectura ideológica. Para mostrarlo, retoman cómo la anatomía que no es fácilmente identificable (la intersexualidad) es intervenida mediante una resolución quirúrgica. Al ser “hembra” y “macho” las únicas opciones consideradas “naturales”, los médicos buscan eliminar la ambigüedad adaptando los genitales a medidas aceptables (pensando en una futura heterosexualidad), considerando al sexo únicamente como penetración y reproducción, e ignorando el placer. Con este disciplinamiento quirúrgico que no reconoce una posibilidad de divergencia corporal, el poder médico hegemónico, cuya premisa fundamental es que la identidad reside en los genitales, colabora con la ideología cultural intransigente y patriarcal del género al fabricar una verdad que se ratifica sobre el cuerpo.
El sujeto intervenido, apuntan, no está en el eje de la decisión sobre su cuerpo ya que el mapa de la decisión se traza tomando como referencia las exigencias del sistema legal, la historia familiar y las relaciones hospitalarias. La propuesta, concluyen, sería una vía de acción centrada en el sujeto en donde se respete su autonomía decisional.
Así como el cuerpo de la persona intersexual es invadido para constreñirlo dentro de alguna de las categorías “mujer” u “hombre” para que posteriormente devenga en una “natural” heterosexualidad, la familia nuclear también es un mecanismo de imposición que ha sido empleado como pilar del régimen político heterosexual. Curiel (2012) resalta que en el Artículo 42 de la Constitución Política de Colombia se establece que una familia es aquella que está integrada por un hombre y una mujer, y su descendencia (“familia de derecho”). Esta idea implica una nuclearización y biologización reduccionista, con lo que otras diversidades familiares (“familias de hecho”) son invisibilizadas. Para la autora, el discurso hegemónico todavía carga con una fuerte herencia de los valores cristianos de la Iglesia Católica: el ideal es la familia nuclear, monogámica y heterosexual dentro del matrimonio formal. Al naturalizar dicha familia como la institución primigenia bajo un orden biológico, moral y espiritual, la legislación estratifica y define las relaciones de géneros, disciplinando la sexualidad y las relaciones sociales, aunque no logra agotar la posibilidad de lo familiar.
Curiel (2012) hace un énfasis en lo apremiante de observar las experiencias particulares que grupos no hegemónicos tienen de familia; por ejemplo, las feministas negras destacan la importancia de la familia como un refugio de superviviencia emocional y de apoyo colectivo. Otro caso es el de la familia neo-nuclear, inserta en un sistema político económico neoliberal individualista pro aislamiento explotador y represor; así, hay una necesidad de sobrevivir a las condiciones hostiles del individualismo frenético, por lo que contar con una pareja representa una mínima estabilidad material y emocional. Asimismo, que personas de la comunidad LGBTTTIQ+ reivindiquen su derecho a formar familias cuestiona el ideal del matrimonio hegemónico.
Como consecuencia de esta imposición de la heterosexualidad a partir de la familia, se presenta el “sexilio”. Por ejemplo, debido al miedo, el control y la persecución familiar y social, muchas lesbianas migran para encontrar la libertad. Curiel (2012) hace notar cómo el sistema heteropatriarcal reglamenta la circulación de personas: para conservar el empleo y obtener papeles que les permitan el acceso a la nacionalidad y la ciudadanía, las lesbianas deben “heterosexualizarse”. Así, el derecho a la ciudadanía también está limitado por la sexualidad, con lo que el cuerpo sigue siendo disciplinado.

Si se impone un cuerpo y una sexualidad, ¿acaso hay libertad de decisión sobre la reproducción? Aún no en la mayoría de los países de América Latina. Lamas (2008) apunta que una de las principales demandas del activismo feminista latinoamericano ha sido la maternidad voluntaria (que incluya educación sexual, anticonceptivos y aborto). La autora sostiene que el derecho a decidir sobre el cuerpo (cristalizado en la interrupción del embarazo) es una cuestión de justicia social, de salud pública y una aspiración democrática.
El ámbito de la salud reproductiva de las mujeres en Latinoamérica tiene varias aristas a considerar ya que, además de la visión esencialista de la maternidad y el cuidado del hogar, hay asimetrías que se agravan en contextos pluriétnicos, multiculturales y plurilingües. Aunado a ello, la educación deficiente, el pertenecer a un estrato económico bajo y las prescripciones religiosas dan como resultado una “estructura de desventaja” que refuerza la pobreza y la desigualdad. La clandestinidad se traduce, de acuerdo con Lamas, en 3 millones 800 mil abortos practicados en condiciones de riesgo a indígenas, campesinas y trabajadoras pobres, los cuales llegan a tener como consecuencia la cárcel, el daño e inclusive la muerte. Así, hay un problema de justicia social ya que quienes tienen recursos económicos acuden al ginecólogo, mientras que las demás deben practicarse abortos inseguros. Como resultado, afirma, se registran cinco mil muertes al año por complicaciones, colocando al aborto entre las primeras causas de mortalidad materna, representando un problema de salud pública.
Lamas (2008) expone cómo uno de los principales obstáculos para lograr despenalizar el aborto es el Vaticano (aliado en múltiples ocasiones con los Estados Unidos), que ha desplegado su poderío ideológico abogando siempre por proteger a los fetos y siendo indiferente ante las mujeres. Además, están los gobiernos avestruz que no han logrado desprenderse de su conservadurismo puritano machista. Esta penalización disciplina el cuerpo de las mujeres al obligarlas a continuar con el embarazo aún en casos de violación. La autora sostiene que para lograr que el lema Las mujeres deciden, la sociedad respeta, el Estado garantiza y la Iglesia no interviene, es necesario: deshacer el contubernio entre el fundamentalismo eclesiástico y el conservadurismo local, es decir, que exista un verdadero Estado laico; resignificar lo simbólico para que la sociedad cambie a comportamientos colectivos más libres y solidarios, democráticos y modernos; y, entender que la procreación debe ser resultado de una decisión voluntaria impregnada de responsabilidad reproductiva que incluya educación sexual y el uso de anticonceptivos. El aborto, concluye Lamas (2008), es una aspiración democrática porque debe verse como un derecho sexuado que respeta la soberanía popular y la libre determinación.
En síntesis, las autoras dan cuenta de cómo el derecho a decidir sobre el propio cuerpo aún es una deuda pendiente que podrá concretarse e en la medida en que los patrones socioculturales hegemónicos construidos de manera dicotómica se modifiquen. En ese sentido, es prudente preguntarnos, ¿hacia dónde debemos orientar la lucha?, ¿por qué usamos la tecnología médica para disciplinar los cuerpos? Un punto clave es la enorme influencia de la Iglesia católica, ¿cómo deconstruir su poder?
Curiel, Ochy (2012), “La concepción heterosexual de la familia en la Constitución”, en Ochy Curiel, La Nación Heterosexual. Análisis del discurso jurídico y el régimen heterosexual desde la antropología de la dominación, Bogotá, Brecha Lésbica-en la frontera, pp. 125-156.
Lamas, Marta (2008), “El aborto en la agenda del desarrollo en América Latina”. Perfiles latinoamericanos, vol. 16, n. 31, pp. 65-93.
Maffía, Diana & Cabral, Mauro (2003), “Los sexos ¿son o se hacen?”, en Diana Maffia (ed.)
Sexualidades Migrantes, Género y transgénero. Buenos Aires, Femimaria Editora, pp. 86-96.