Como feminista, una de las oportunidades más interesantes que se me presentan para observar los efectos de nuestra cultura patriarcal es mi profesión. Y no, ésta no tiene nada que ver con cuestiones de género.

Trabajo como actriz en una empresa que ofrece a colegios espectáculos en inglés para estudiantes de Primaria y Secundaria, y todos los días disfruto de un observatorio social inmejorable: los niños están relajados, bajo una supervisión mínima y, dentro de lo que cabe, se relacionan con libertad entre ellos.

Durante mi espectáculo de Primaria yo siempre represento un papel de chico, y luego saco tres cartones pintados para los voluntarios que salen a actuar: dos que representan personajes masculinos (un niño con camisa y un señor con barba) y uno femenino (una niña con camisa rosa y una florecita, muy sutil).

Pues bien, un día se me ocurrió hacer un pequeño experimento: dar a niñas los papeles masculinos y viceversa. “A ver qué pasa“, pensé. En qué hora.

CRIANDO CUERVOS ELI.
Fotograma de la película “Cría Cuervos”.

Primero hice salir a dos niñas a hacer de los chicos. La reacción del público fue la misma que cuando sacaba a niños – risas, caras de ilusión y manos en el aire para salir los siguientes. Pero entonces saqué a un niño, le ofrecí el cartón de la chica y le dije que iba a hacer de Cindy. Una avalancha de carcajadas retumbó en la clase, tanto por parte de ellos como por la de ellas. Llovieron silbidos y gritos de “¡uhh, guapa!”, mientras el pobre chico se moría de vergüenza.

En ese momento les pregunté que por qué se reían. “¡¡Es una chica!!”, me chillaban señalándolo, como si fuera obvio. Yo respondí: Bueno, ¿y qué? Yo llevo haciendo de chico desde el principio. Y ellas (las niñas) también hacen de chicos, y no os habéis reído. ¿Cuál es la diferencia? ¿Es que es malo hacer de chica? Algunos se quedaban callados, sin saber qué responder, pero otros no me escuchaban y seguían riéndose. La experiencia fue tan impactante que empecé a hacerlo en todas las clases, para ver si ocurría lo mismo.

El resultado fue que, a día de hoy, puedo contar con los dedos de una mano las veces que esta misma reacción no se ha repetido en una clase, sea del curso que sea – en ocasiones, incluso, por parte del profesorado. Y, a raíz de ello, me ha pasado de todo: algunos niños se volvían a su asiento, negándose a hacer de chica. Otras veces, cuando sacaba a un gracioso, éste respondía a las risas apropiándose del papel, contoneándose exageradamente y mandando besitos a sus compañeros. Y yo ahí plantada, pensando en pedir un aumento de sueldo. O la baja.

Sin embargo, di un paso más allá y decidí probar suerte en Secundaria (total, ya que me pongo a usar mi trabajo para hacer experimentos sociales de pacotilla, lo hago bien). En este caso, escogí a chavales cuyo sexo se correspondía con el de su personaje, pero hice una pequeña variación en el guión: al final de la historia se supone que la chica debe llorar, y yo añadí que el chico, al verla a ella, se echa a llorar también. En estos casos, a pesar de que las reacciones generales no fueron tan homogéneas, sí he tenido que parar el espectáculo en más de una ocasión porque de entre el público salía un grito, seguido de risotadas, que siempre era el mismo: “¡maricón!”

machismo
Imagen: MadresHoy.com

Bromas, claro, que hacen que un chaval de dieciséis años se ruborice delante de toda su clase mientras sus compañeros le humillan sólo por fingir que llora; o que un niño prefiera volver a su asiento antes que participar en algo para lo que se ha dejado los pulmones por ser escogido. Bromas que enseñan lecciones, tanto a niñas como a niños, sobre cómo deben relacionarse. Bromas, o no tan bromas, porque a mí, que he sufrido acoso sexual por la calle (como todas), me recorrió un pequeño escalofrío al ver que lo primero que se le pasa a un niño de diez años por la cabeza al ver a un compañero hacer de chica es gritarle “¡uhh, guapa!”.

Uno de los principales argumentos de las personas que no se consideran feministas es que el lenguaje y los pequeños comportamientos llamados “micromachismos” son una exageración, una sacada de punta innecesaria a nuestra forma de relacionarnos, pues apenas tienen impacto en nuestras vidas. Referirnos como “maricón” a un hombre que llora, o sexualizar la representación de una mujer – eso son tonterías, bromas.

Nos encanta decir eso de que los pequeños lo repiten todo y luego desentendernos de la responsabilidad de ser su ejemplo a seguir.

No hay problema en decir a un niño que se ha caído que “no llore como una niña“, o a una niña que “no se ensucie, con lo guapa que está con ese vestido“. Pero eso sí, nos andamos con mucho cuidado de no soltar ninguna palabrota delante de ellos, porque ahí sí, ahí el lenguaje sí es importante. “Son como esponjas“, decimos, para lo que nos interesa. Microesponjas que absorben, digieren, asimilan y actúan en función de lo que aprenden. Microesponjas reproduciendo micromachismos; microesponjas que, al igual que estos micromachismos, bien alimentadas un día dejarán de ser “micro”. Y eso sí que da miedo.

Publicado originalmente en la Plataforma Promenades.