Este verano me embarqué en un viaje de cinco semanas que consistía en cruzar los Balcanes por el Oeste para llegar a Grecia y ayudar en la crisis de los refugiados. Parte de este recorrido, que incluyó Hungría, Croacia, Montenegro y Albania, lo hice a dedo, subiendo a coches de desconocidos.
Hola. Llevo bastante tiempo queriendo escribirte, pero nunca he sabido bien por dónde empezar. Sólo quería decirte que, aunque es posible que creas que no quiero que seamos amigos, sí quiero. De hecho, necesito tu ayuda. Te explico por qué.
No hace mucho, mi amiga Ester y yo estábamos paseando por una de las calles principales de nuestra ciudad, Madrid, cuando de pronto vimos un grupo de personas paradas frente a un hombre en situación de calle que había colocado en la acera varios carteles. Nos acercamos y los leímos.
Como feminista, una de las oportunidades más interesantes que se me presentan para observar los efectos de nuestra cultura patriarcal es mi profesión. Y no, ésta no tiene nada que ver con cuestiones de género.
Puedes leer la primera parte de este reportaje aquí Ana (Charlotte, para sus clientes) continúa relatándome los detalles de su vida como prostituta de casa, una posición privilegiada y poco común dentro del espectro total de ese negocio.
«Esta grabación, en cuanto yo haya escrito lo que tenga que escribir, la voy a borrar. Si tú quieres una copia, te la puedo pasar. Pero nadie que no sea yo la va a escuchar».
«La verdad es que no sé dónde posicionarme en cuanto a la legalización de la prostitución, porque nunca he conocido a una mujer que haya sido parte de ello.» «Pues ahora ya sí.»