Hablar de feminismo genera una especie de escozor, es un tema que a veces resulta polémico y en algunos contextos hasta mal visto. Esto se debe a las concepciones erróneas que se han construido en torno a lo que el feminismo o, mejor dicho, los feminismos, significan.
Ya se ha escrito anteriormente sobre esto y para no confundirnos entre feminismo y hembrismo o feministas y feminazis podemos consultar artículos anteriores sobre el tema. La “confusión”, así como la creación de términos despectivos para referirse a posiciones feministas es una expresión de la resistencia al cambio, de lo difícil que resulta cuestionar conductas, estereotipos, actitudes que hemos construido durante siglos.
En el fondo, esto alberga un gran miedo porque no se visibiliza que la equidad de género es positiva para las mujeres (quienes principalmente se ven afectadas por el tema), pero también es positiva en gran medida para los hombres.
Los estereotipos asociados a la masculinidad generan una serie de problemas para los hombres, no en vano cada vez más se construyen masculinidades diferentes a la tradicional, en muchos casos con poca aceptación. Si bien no se puede generalizar porque no todas las culturas son iguales, la masculinidad está asociada a la fuerza y dureza no solo en el ámbito físico sino también en lo emocional. No es bien visto que los hombres hablen de sus emociones, que las manifiesten, todos hemos escuchado el clásico “los hombres no lloran”.
Los hombres tienen que ser dominantes, imponer su visión del mundo, proveer, demostrar su potencia en lo material, lo sexual, en todos los aspectos de la vida. Si la sociedad te da poder es para usarlo, y jugar ese rol tiene consecuencias.
No parece azaroso que las estadísticas levantadas por la ONU muestren que el 79% de las víctimas de homicidio y casi el 95% de los homicidas, son hombres.
En este tema el continente americano lleva la cabecera, teniendo más de la tercera parte de todos los homicidios del mundo (36%), y la tasa de homicidios de hombres más alta del mundo (casi 7 veces mayor que la de Asia, Oceanía y Europa). Al analizarlo por subregión vemos que América Central tiene un promedio cuatro veces mayor de homicidios que la tasa global, seguida por América del Sur, África Central y el Caribe.
Resulta curioso que, dentro de América del Sur, los países del norte tienen tasas elevadas parecidas a las de América Central, mientras que el Cono Sur (Chile, Argentina y Uruguay) tiene las menores tasas del continente, acercándose más a los promedios europeos. ¿Tendrán algo que ver las diferencias culturales?
Tenemos así que, en América Latina (especialmente en los países caribeños), dónde está bastante instaurado el concepto del “macho”, se hacen distintivas las altas tasas de homicidios de hombres relacionadas a la delincuencia organizada y las pandillas, mientras que al igual que en el resto del mundo, los homicidios de las mujeres son interpersonales, cometidos por un compañero íntimo o un familiar. A los hombres los matan extraños, a las mujeres las matan conocidos.
Podemos pensar que la no expresión abierta y saludable de los problemas y emociones que se le impone a los hombres, parece llevar a otras vías de escape como la violencia, el consumo de sustancias, entre otras conductas riesgosas.
Pertenecer a una banda delictiva o tener un arma, por ejemplo, es una forma de adquirir poder, estatus, de tener dominio sobre la vida de los demás, es un despliegue de masculinidad aceptado por muchos hombres aun cuando lleve a una muerte prematura.
Esta es una decisión que parece especialmente popular entre los hombres jóvenes, lo que resulta en que el 43% de las víctimas de homicidio tienen entre 15 y 29 años. Esto no significa que podemos obviar todos los factores sociales asociados a la violencia o a la conducta delictiva, significa que la construcción de la masculinidad tradicional también está asociada con esta problemática.
Incluso en factores sociales como la educación, el género también juega un papel importante. En América Latina se observa que el porcentaje de deserción escolar es mayor en los hombres (en especial en los estratos más bajos) y la razón más común de la misma es “para trabajar”. La visión tradicional del hombre proveedor influye en que los varones no tengan una educación completa, que tengan que saltar en gran medida de la niñez a la adultez, especialmente en contextos vulnerables.
Nuevamente, no se puede obviar todos los factores asociados a este fenómeno y a la pobreza, pero no podemos pasar por alto la influencia que tiene la concepción de hombre que construimos.
Adicionalmente, en los datos mostrados por la OMS (2013), se observa que los hombres, especialmente los adolescentes, presentan en muchos países mayores tasas de consumo de sustancias, siendo las principales tabaco y alcohol.
Los hombres jóvenes también presentan una mayor tasa de muertes por accidentes y una mayor tasa de suicidios, lo que podría estar mostrando un conflicto subyacente con la expresión de afectividad, emocionalidad e identidad.

En la adolescencia estos temas son trascendentales, así como el sentirse parte del grupo, pertenecer, y en nuestras culturas es en esta etapa donde se hace énfasis en que los hombres demuestren su hombría sobretodo en el plano sexual, que se identifiquen con el macho dominante. Quizás es por esto que los jóvenes homosexuales son especialmente vulnerables al consumo de sustancias y al suicido, ya que la sociedad despliega diferentes mecanismos de control para asegurarse que la heteronormatividad y la masculinidad “normal” se mantengan.
Una de estas fórmulas para mantener presente al macho dominante, es señalar las conductas que se desvían de esta visión tradicional. El lenguaje y el característico humor latino, es una forma efectiva de calificar, etiquetar y erradicar estas conductas. Es común escuchar el uso de palabras como “niña”, “mujercita”, “jevita”, o similares dependiendo de la jerga usada en cada país; o el cuestionamiento de la hombría o la heterosexualidad resultando común frases como: “si eres marico”, “que gay”, “no seas homosexual”, entre los millones de chistes que existen sobre mujeres, hombres, homosexualidad, etc.
Resulta un pecado mortal que, siendo hombre, teniendo el poder, quieras ser o parecerte a una mujer.
Por estas y otras razones podemos decir que, trascender con la cultura del “macho” (especialmente el macho latino), es una oportunidad para los hombres de construir una masculinidad más sana, más positiva, que les permita generar lazos afectivos con sus parejas, hijxs, familiares, amigxs, que les dé espacio para hablar de lo que les pasa, de manifestar sus emociones, de co-liderar y no de dominar.
La igualdad permitiría construir identidades diversas, alternativas, salirse de esquemas dicotómicos y dar libertad para que cada quien sea como quiera ser sin ser juzgado por eso. Por ende, más que resumir los feminismos como una lucha entre hombres y mujeres, es necesario poder verlos como una plataforma para lograr la equidad que tanta falta nos hace a todxs, una plataforma en la que los hombres también deben ser partícipes.