En las últimas semanas ocurrieron dos importantes sucesos que sacudieron a la comunidad feminista.
El primero fue el caso de Brock Turner, el exnadador de 20 años que fue condenado a solo 6 meses de cárcel por abusar sexualmente de una mujer inconsciente; y el segundo fue el tiroteo perpetrado por Omar Mateen en un bar LGBT+ en Orlando, Florida.
Y aunque son dos hechos completamente diferentes, en cuanto a motivación y ejecución, ambos tienen un orígen común: violencia en contra de mujeres y comunidad LGBT+.
La sociedad en la que vivimos legitimiza el uso de la violencia para probar la masculinidad. En este mundo el más «macho» es el que prueba que puede controlar todo a su alrededor y esa premisa es bastante peligrosa cuando se combina con armas, problemas mentales o fanatismo.
A los hombres se les inculca una masculinidad tóxica que nos los deja ser seres humanos, sino que los empuja a encajar en un patrón del «macho alpha».

En el caso de Turner, es evidente que la masculinidad tóxica se ve reflejada en su sentido de «merecimiento», lo que en inglés se conoce como entitlement, que no es más que esa idea absurda de que puede poseer a cualquier mujer solo porque es un atleta inteligente con un futuro brillante por delante. Lo más triste de todo es que su reducida condena, que no será más que 3 meses en la cárcel y algo de trabajo comunitario, también refleja lo condescendiente que es el sistema judicial con ciertos individuos (léase hombres blancos, con dinero e influencia).
Para Turner violar a una mujer inconsciente no es nada del otro mundo porque, después de todo, ¿quién en su sano juicio no querría acostarse con él? Este es el reflejo de una masculinidad tóxica que busca reafirmarse a través del sexo, que deshumaniza a las mujeres y las convierte en simple instrumentos de placer sexual.

Por su parte, Mateen atacó el principal símbolo de la masculinidad alternativa: un bar gay. Y es que tanto hombres homosexuales como heterosexuales con otra concepción de masculinidad ponen en riesgo la masculinidad tóxica con su sola existencia.
Ellos son ejemplo de que se puede ser igualmente hombre sin tener que apelar a los clásicos estereotipos del macho-proveedor-sin emociones, y para personas como Mateen esto resulta realmente perturbador.
Más allá de la cultura de la violación o de la tenencia de armas, el problema aquí es mucho más amplio y complejo, pues radica en la concepción del género que tenemos en nuestras sociedades.
Por ejemplo, en esta nota explicamos cómo los hombres están sobre representados en tasas de homicidios y encarcelamiento. Esto no es una coincidencia, responde directamente a la cultura patriarcal y hace que todo lo que de alguna manera desafíe esa heteronormatividad tóxica (léase mujeres, comunidad LGBT+ o aliados) deba ser humillado, acosado y, finalmente, eliminado.

¿Pero por qué se usa la violencia como forma de perpetuar y reafirmar la masculinidad tóxica? Porque es la forma más rápida de mantener la jerarquía de género y porque ejerciendo la violencia se perpetúa el ciclo de la masculinidad entendida como ese «hombre fuerte que lo puede todo y que no se detiene hasta conseguirlo». Esta concepción de hipermasculinidad hace que individuos sean más propensos a hacer y tolerar bromas sexistas, racistas, homofóbicas y a tener actitudes misóginas.
En la mente de las personas criadas con una idea de masculinidad tóxica la violencia y ejercicio del poder es lo que diferencia a los «verdaderos hombres» de mujeres y hombres homo/bi/trans sexuales. La consecuencia de esta estúpida idea: crímenes de odio.
Debemos detenernos a analizar esto, debemos detenernos a pensar en cómo los hombres ejercen su masculinidad y cómo las mujeres validamos estas acciones, porque mientras exista ese mito del macho proveedor seguirá existiendo violencia de género.
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