Llevo bastante tiempo queriendo escribirte, pero nunca he sabido bien por dónde empezar.
Sólo quería decirte que, aunque es posible que creas que no quiero que seamos amigos, sí quiero. De hecho, necesito tu ayuda. Te explico por qué.
Te conozco desde hace tiempo. Te he visto en clase, en bares y en cenas familiares, aunque nuestra relación se estrechó más durante los tres meses que pasé viajando el año pasado. Seguramente se debiera a que la mayoría de los hombres que conocí mostraron cierta sorpresa al saber que estaba haciéndolo sola, siendo mujer. A veces pasaba que la conversación derivaba hacia las implicaciones que conlleva para nosotras el viajar sin compañía y, algunas de esas veces, cuando todo parecía estar bien, la palabra maldita (¡feminismo!) aparecía de pronto en la conversación. Una brecha invisible nos separaba entonces, como si perteneciéramos a distintos bandos de un conflicto no hablado, y la comunicación se volvía mucho más complicada.
Escribí sobre ti varias veces en mis cuadernos, sobre cómo me hacías sentir. Aquí tienes un ejemplo de aquella vez que me metí en tu coche y recorrimos juntos las montañas:
«Él me dijo que le inspiraba mucho con mis viajes y eso me alegró mucho […] Hubo sólo una cosa que me molestó, y fue que ridiculizara mi indignación cuando oímos en la radio ese anuncio de Taco Bell en el que varios personajes explican por qué necesitan una mano libre (poner grapas, etc.) y una chica dice que la necesita para «mostrar a los albañiles que aprecio su piropo». Me da rabia que los hombres trivialicen el tema del acoso callejero sin tener ni idea, sobre todo cuando la trivialización viene acompañada de esa condescendencia inamovible que les da la seguridad total de tener razón, sin plantearse preguntas».
No me tomaste en serio, ¿sabes? Así que no pudimos mantener una conversación al respecto. Y no fue el que tuviéramos opiniones distintas lo que tensó tanto la situación, sino el hecho de que adoptáramos actitudes tan diferentes – yo hablaba en serio y tú te tomaste mi reacción a broma.Fue muy frustrante. ¿Qué tiene este tema para que te comportes así? Cuando hablaba con cualquier persona sobre, por ejemplo, la tenencia de armas, ninguna de las partes se reía de la opinión de la otra. Pero, por alguna razón, cuando sale el tema de la de la desigualdad de género, muchas veces adoptas un tono condescendiente y empiezas a cachondearte de mis palabras, a pesar de que los comportamientos a los que quitas importancia sean parte de la cultura patriarcal que sólo en 2015 se cobró más de 100 vidas en España.

Sin embargo, siempre intenté ser agradable. Entiendo que, dado que no lo vives en tu propia piel, no puedes saber de verdad cómo son estos temas desde dentro. Aunque no siempre resultaba fácil, la verdad. No podía evitar pensar que sería tan sencillo como tener en cuenta lo que estoy diciendo, tener en cuenta que yo he sido el centro de la situación en cuestión varias veces, mientras que lo más cerca que has estado tú ha sido como testigo. No cuestionarías la palabra de una persona enferma que te explica las partes de su cuerpo que le duelen, ¿verdad? No soltarías una risita y dirías «pff, los enfermos de neumonía sois unos exagerados. Sólo es un poco de tos, no le deis tanta importancia, jaja». ¿Por qué, entonces, sí haces eso con nosotras?
La siguiente situación se dio en otra ocasión en la que te conocí, esta vez en forma de un joven viajero en Memphis:
«Luego, en un piano bar irlandés, nos sentamos y compartimos una cerveza. Salió el tema del feminismo […]. Él dijo que no quería hacerse llamar feminista porque mucho era sexismo anti-hombre […] Le intenté explicar que el feminismo es lo opuesto al sexismo […] pero él no se bajó de la burra y acabé desistiendo […] Me pregunté qué hacía falta para que un hombre no se riera con condescendencia ante algo que tiene en las narices, quitándole importancia. Como el racismo, como la homofobia. La condescendencia y la falsa neutralidad son los nuevos enemigos de las luchas de las minorías sociales y requieren recursos que no acabo de encontrar».
Antes de seguir, hay algo importante que necesito que tengas en mente: si crees que las mujeres y los hombres deberían tener los mismos derechos, eres feminista.
Por supuesto, esto no significa estar de acuerdo con todas las ideas consideradas feministas (muchas veces las/los feministas tienen opiniones totalmente opuestas, como en el tema de la prostitución), de igual forma que puedes ser de derechas y no identificarte con todas las ideas conservadoras. Pero la base, el creer en la igualdad, te convierte en feminista, y negarlo genera un debate innecesario que sólo lleva a la confusión acerca de lo que es el feminismo y que eclipsa todo el trabajo que aún queda por hacer – todo el trabajo en el que tú haces falta.

Pero entonces, después de todo eso, me miras y me dices que crees en la igualdad. No eres feminista, añades, pero claro que crees en la igualdad. Y de esta forma me partes un poquito el corazón, porque lo que estás intentando decirme es que estás de acuerdo conmigo en los puntos básicos – que se nos trata peor, que lo tenemos más crudo – pero que estoy sola en la lucha. Que no puedo contar contigo para cambiar nada de lo que sabes que está mal. Y entonces otro hombre me dice lo mismo, y otro, y otro. Y nosotras seguimos perdiendo aliados en potencia porque nos tenéis miedo, mientras que, irónicamente, nuestro objetivo último es perderos el miedo a vosotros. Porque sí, claro que podemos hacerlo – pero sería un camino mucho más fácil y agradable si lo hiciéramos a vuestro lado.
No quiero pelear contra ti. No quiero quitarte tus derechos. Sólo te estoy pidiendo que me ayudes a conseguir los míos.
¿Podemos, por favor, ser amigos?
Con amor,
Elisa
Publicado originalmente en el blog personal de la autora Revolution on the Road.