La violencia de género inunda todos los espacios de la vida pública y privada de las sociedades. La política no es la excepción.
Gracias a los esfuerzos de los movimientos feministas, hoy las mujeres pueden acceder -bajo parámetros más o menos justos- al escenario de la política en la región. Las legislaciones, constituciones y normativas relacionadas a este tema contemplan procesos de acciones afirmativas y acceso igualitario en varios de los países de Latinoamérica. Pese a ello, en la vida real, aún se identifican permanentemente hechos que dan cuenta de que aún queda mucho por cambiar.
Se puede definir como violencia política a las acciones de persecución, acoso, hostigamiento cometidas en contra de mujeres en el escenario político o electoral: candidatas, electas, designadas en el ejercicio de cargos políticos; por el hecho de ser mujeres.
Este tipo de violencia tiene diferentes matices y ejemplos concretos: menospreciar la capacidad profesional de las mujeres en cargos políticos, desvalorizar su rol en la política, cosificación, sexualización, violencia referida a su apariencia, entre otros muchos más que a veces son invisibilizados y normalizados.
También tiene que ver con un acceso limitado a cargos jerárquicos en la política, la discriminación en la participación de partidos políticos, la exclusión de espacios mediáticos, entre otros.
Comentarios en discursos oficiales, reacciones en redes sociales, memes, videos de sátira, entre otros, son algunos de los formatos que se han usado en los últimos años.
Y no se debe confundir las críticas a cualquiera de las autoridades, candidatas o electas siempre cabe como parte del ejercicio democrático; siempre y cuando atiendan al rol que desempeñan a sus funciones y no al hecho de ser mujeres.
No es lo mismo criticar a una candidata a la presidencia de una nación por elementos de su plan de gobierno a hacerlo por el peinado que lleva, su peso o su vestimenta.
No es lo mismo cuestionar el accionar técnico en el ejercicio de sus funciones a una ministra, que menospreciarla relegándole a estereotipos de género con frases como: ¡Tu que sabes, vete a la cocina!, ¡Deberías estar dedicada a cuidar a tus hijos!, ¡¿Qué hace una mujer en ese cargo?, mejor que se dedique a maquillarse!
No es lo mismo demandar que una asambleísta cumpla con sus funciones de manera adecuada, que burlarse de un video privado e íntimo filtrado como modo de manipulación y violencia.
No es lo mismo que una alcaldesa sea debatida por sus decisiones en cuanto a medidas de urbanización; que decir que ella no sabe hacer su trabajo porque llego al cargo por “ser la mosa de fulano”.
No, no es lo mismo. Claramente hay machismo en estos ejemplos. Y, aunque nos hemos acostumbrado a escuchar o leer este tipo de comentarios o prácticas: NO ES NORMAL.
Solo a manera de ejemplo:
Hace unas semanas, en Ecuador, se volvió a traer a la opinión pública una entrevista realizada a un periodista en 2018, en la que los interlocutores se refieren a la asambleísta del correísmo Marcela Aguiñaga. Su discusión no se centra en el ejercicio político de la legisladora, sino en hechos de su intimidad.
La crítica y el cuestionamiento obligaron a ambos interlocutores a pedir disculpas.
Algo a destacar es el masivo apoyo que recibió la Asambleísta de muchas mujeres no afines políticamente a ella, pero que coincidían en rechazar actos como este. Esto permite ver que pese a las diferencias entre las mujeres: la sororidad es la mejor forma de combatir el machismo.
En la misma entrevista, se refieren a una “anécdota” de burla hacia el cuerpo y el peso de una exministra de Economía.
Pero el machismo no distingue banderas políticas. En 2011, cuando Rafael Correa era presidente, dio estas declaraciones públicas: “Qué asambleístas guapísimas que tenemos. Hay que aumentarles el sueldo porque no tuvieron plata para comprar suficiente tela y todas con una minifalda. Dios mío…me contaron que tienen unas piernas impresionantes”.
En nuestra vida cotidiana, me atrevo a decir que no hay ni una sola persona que lea este artículo y no haya escuchado al menos uno de estos comentarios contra mujeres que ejercen espacios de poder. Si lo has oído y te parece común, recuérdalo: NO ES NORMAL.