«Esta grabación, en cuanto yo haya escrito lo que tenga que escribir, la voy a borrar. Si tú quieres una copia, te la puedo pasar. Pero nadie que no sea yo la va a escuchar».
Así comienza la grabación de más de una hora con la que volví a casa hace poco y que ya ha sido eliminada. Ante mí se sentaba Ana o, como la conocen sus clientes, Charlotte. Ana es una chica de apariencia completamente normal: estudiante, de 24 años, con amigos, con fotos en Facebook de conciertos y de cañas. Nadie, nunca, jamás podría adivinar que desde hace seis meses trabaja como prostituta.
Ana me contactó tras la viralización de mi artículo Hablé con una ex-prostituta en Ámsterdam y aprendí una valiosa lección, en el que cuestiono el tema de la «elección» en la prostitución a raíz de la experiencia de la chica con la que hablé. Pero Ana tenía otra perspectiva desde la que hablar y conseguimos quedar para que me la contara. Cuando salí de allí, la cabeza me daba vueltas. No ha sido fácil escribir esto.
Antes de continuar, quiero aclarar que este artículo no pretende ser «la otra cara de la moneda», ni busca defender la legalización de la prostitución. No se trata de eso. Yo, personalmente, sigo creyendo en la abolición, pero en realidad no importa la postura que mantengas tú al leerme. Lo que quiero es mostrar este negocio desde otros ojos algo más privilegiados, y entender así el cuadro completo.
Hablando con Ana pude ahondar en por qué los hombres acuden a la prostitución, por qué algunas mujeres la escogen aun teniendo otras opciones y qué vías, aparte de las legales, pueden llevar a la eliminación de todo el daño que causa.

CÓMO FUNCIONA LA PROSTITUCIÓN EN ESPAÑA
Ana: ¿Por qué una prostituta en España, quitando que el negocio no esté metido en una mafia, o sea, que nadie te presione por quedarte ahí, por qué lo elige? Porque yo en un día me llevo 200€ de normal.
Elisa: Una pasta.
A: ¿Cuánto crees que cobro al mes? 3000/4000€.
E: Joder.
A: Y soy una tía con estudios. Tengo bastantes oportunidades para elegir. Pero, ¿qué oportunidad tengo yo de no estar esclavizada y cobrar ese dinero? Esclavizada de: horas, de muchísimo trabajo, de muchísima responsabilidad, de que mi mente acabe agotada. Yo he tenido dos trabajos, he estado trabajando en una oficina y en un bar. Cuando yo trabajaba en el bar cobraba tres euros la hora, hacía diez horas al día y tenía un sueldo de 800€ al mes. Eso no es vida para nadie. Aquí vendo mi intimidad, es algo muy fuerte, pero está súper valorado en cuanto al dinero que me dan.
Ana me suelta esta bomba nada más sentarnos y yo me quedo a cuadros, porque ésta no es la versión de la prostitución que yo conocía. Pero entonces ella me explica que en España existen tres formas principales de ejercer: calle, casa y plaza. La calle es la forma más extendida, además del ámbito de acción principal de las mafias, quienes traen a chicas extranjeras en hordas, la mayoría arrastrando graves problemas como la drogadicción o la pobreza, para que vendan su cuerpo cobrando muy poco (de modo que cualquiera puede permitírselo) y bajo unas condiciones indeseables.
Se estima que el 90% de la prostitución que hay en nuestro país está en manos de mafias, cuya realidad se ajusta a las reflexiones y a la experiencia reflejadas en mi anterior artículo.
E: ¿Cómo es que estas chicas no se pasan a casa?
A: Porque las casas no las quieren. En mi casa, por ejemplo, que van rulando muchas chicas, a la mínima que ves una locura, la echas.
E: O sea que no pueden. Ése sería más el tipo de prostitución al que se refiere el artículo que escribí. Que no puedes salir porque no puedes.
A: Claro.
Sin embargo, Ana trabaja a otro nivel, menos común que la calle y mucho más privilegiado: ella está en una casa. Nunca ha conocido ninguna mafia, ni en su casa ni en las de su entorno.
E: ¿Cómo funciona tu casa? Porque estás en casa, ¿no?
A: Sí, no estoy en calle. En calle te ve la gente y es otro perfil de chica, extranjera, drogadicta. (…) Ahí entra la mafia. Donde yo trabajo no entra la mafia. Es más, es un negocio de mujeres.
El sistema de las casas, aun siendo menos común en proporción, se encuentra bastante extendido en nuestro país. Y no todas son iguales: las hay de día (como la suya) y de noche, y cada casa tiene una «imagen» concreta, o incluso puede ofrecer un tipo de servicio concreto.
E: ¿Tienes a alguien por encima de ti o eres tu propia jefa?
A: No, no soy independiente. Cuando estás en una casa tú tienes una chica encargada, una madame, como quieras llamarla (…) La mía es una chica joven, tiene 27 años. Ha sido prostituta también, sabe de qué va la cosa y nosotras tenemos la suerte de que nos trata de lujo. De lujo no, lo siguiente. Es la mejor jefa que he tenido en todos mis trabajos, porque te da apoyo moral, te da apoyo económico, te da todo lo que necesites. Y es joven como tú. Las casas funcionan de la siguiente forma: viene un cliente que ha contactado por página web porque ha visto tus fotos. Fotos de tu cuerpo, sin cara. Siempre se mantiene el anonimato, también tenemos otro nombre. Ofreces tus servicios y describes cómo eres. Mi perfil, por ejemplo, es de cariñosa, ofrezco mucho amor, ternura, te escucho (…) No es un sexo salvaje lo mío.
E: O sea, puedes elegir eso.
A: Sí. Dependiendo de cómo eres tú. O de tu tipo de cuerpo. Yo soy una chica con una cara muy tierna, hay chicas que están súper operadas, que son preciosas, modelos. No van a ofrecer lo mismo que yo porque no va acorde ni a su cuerpo ni a su personalidad. (…)
E: ¿Funcionan todas las casas así, cada persona con su perfil?
A: Sí. (…) Mi casa por ejemplo no es de alto standing pero sí que tiene un cliente de dinero, educado, culto. No acepta borrachos, no acepta drogadictos. Toda esa gente queda fuera.
Todas estas diferencias tan abismales que Ana me va explicando entre cómo vive ella y cómo se vive bajo el yugo de una mafia residen, principalmente, en quién tiene la última palabra. Pero ¿quién tiene la primera?

LA ELECCIÓN
Al principio de la entrevista, Ana ha dicho algo que me ha dejado pensando: «¿Qué oportunidad tengo yo de no estar esclavizada y cobrar ese dinero?» En España llevamos muchos años ya arrastrando una crisis que parece que no acaba y los jóvenes somos incapaces de acceder a un trabajo bien remunerado, incluso con formación universitaria. Ella ha accedido a una educación superior, igual que yo, y ninguna hemos encontrado un puesto en nuestro campo que nos pague todas las facturas.
Tenemos la misma edad y ambas sabemos lo que es ser curritas precarias. Y es aquí cuando me doy cuenta de lo mucho que nos parecemos, de que vivimos la misma realidad económica y social… y me pregunto qué ha hecho que tomemos caminos tan distintos.
E: ¿Cómo entras en esto?
A: Por muchas cosas. A ver… ¿quién entra en esto? Quien ha estado traumatizado sexualmente o quien ha llevado una mala vida. Yo he llevado una muy mala vida, apenas tengo familia, mi padre en la cárcel, mi hermana con problemas mentales, mi madre drogadicta… horrible.
E: Lo que me contaba la otra chica del artículo: que suele ser ése el perfil y además se entra pronto.
A: Sí, pero ojo. ¿Por qué entro yo aquí? ¿Porque estoy traumatizada, soy súper depresiva y necesito autodestruirme? No, yo no necesito autodestruirme, yo necesito cosas muy buenas en mi vida. Necesito cosas de calidad. Necesito un buen sueldo, no necesito que me sigan jodiendo. Estoy estudiando y no puedo encontrar una trabajo digno por la situación que hay en España, y creo que cuando acabe mis estudios seguiré sin encontrarlo. Necesito algo que no me machaque. Sobre todo económicamente. Y que me permita hacer de todo. Yo no me he metido ahí por temas de autodestrucción. Me he metido por elección, por tener mi propia calidad. Porque 4000€ al mes no los cobra nadie.
E: Es una locura, 4000€ al mes.
A: Es mucho dinero. ¿Qué pasa con el tipo de chica que ha sufrido estas cosas? La gente con la que yo hablo, que ha sufrido en la vida, no son tontas. Si tú has llevado una vida muy cómoda, eres una persona acomodada. Vives en tu casa, tienes tus estudios y eres muy happy de la vida. La gente que hemos pasado por verdaderas mierdas sabemos buscar y movernos mucho, y no tenemos tapujos. A mí no me importa meterme a puta. No me importa. Ya he vivido tanta mierda que me da igual. Eso sí, desde la educación. No soy tonta. Cuando me metí en este sitio, sabía dónde me metía. Y decía: «Quiero esto, esto y esto. Quiero que aquí se me respete, quiero que si yo digo que no sea no, y que si yo me quiero salir, me salgo, y que si quiero cobrar esto cobre esto y no menos«. Mi jefa, por suerte, me dijo: «No, es que tú no vas a cobrar esto. Vas a cobrar más. Y no es que vayas a estar respetada, es que vas a estar súper respetada.» He tenido suerte, no todas las casas son así.
Me habla de los estudios que está cursando, relacionados con las Artes, y bromeamos con tono algo agridulce sobre lo difícil que es hacerse hueco en ese mundo.
A: Yo te he dicho que trabajo ocho horas al día, pero con clientes a lo mejor estoy tres. ¿Qué hago las otras cinco? Me pongo a estudiar. Hablo con otras chicas. Vemos la tele, nos lo pasamos bien, nos reímos. (…) Las otras chicas, las mayores, que no han tenido elección, ¿por qué no dejan ese trabajo? Hace poco tuvimos el caso de una chica mayor que se fue a un bar y ha vuelto porque ni de coña ella puede ya soportar ganar tan poco dinero. Su calidad de vida le impide bajar. Aunque tampoco debería ser así. (…)
E: ¿Eso no puede llegar a ser un condicionamiento en la elección? O sea, te has acostumbrado a algo y al final el resultado es que no puedes acceder a otra cosa.
A: Sí, sí. Por supuesto. Pero no es la elección de la que tú hablabas en el otro artículo. Es otro argumento distinto.
E: Claro, porque en este caso la barrera la tienes tú, no te la impone algo externo como no poder acceder a la universidad, por ejemplo, sino que tú estás ya condicionada. (…) ¿No tienes miedo de que te pase? Que te quieras ir pero no encuentres un trabajo en el que cobres tanto y tengas un problema.
A: Puede ser. Pero yo también pienso que mi vida cambia mucho y que vete a saber qué va a pasar en el futuro. Viendo a estas chicas sí pienso que es el camino por el que van todas. Yo, personalmente, no creo que me pase porque tengo una vocación muy interna en cuanto a lo que estudio. Yo sé que eso lo quiero y lo voy a vivir, porque estoy luchando por ello. Sé que en algún momento de mi vida voy a acabar en eso. Que más tarde o más temprano vuelva a esto, o que me acabe afectando… puede ser.
Según Ana me cuenta todo esto, yo pienso en la chica holandesa, con quien mantengo contacto e incluso he desarrollado una amistad. Ella está ahora rehaciendo su vida y le está costando un gran esfuerzo debido a su pasado. Pero todos sus impedimentos parten de una experiencia totalmente distinta a la que está teniendo Ana. Recuerdo las palabras de Kris Kristofferson que tanto he oído repetir a Janis Joplin: «libertad es otra palabra para decir que ya no te queda nada que perder», y pienso que, si bien mi amiga vivió todos aquellos horrores porque no tenía nada que perder cuando entró en este mundo, la afortunada posición de Ana debe de estar sostenida por tener, precisamente, mucho que perder. De momento hemos hablado de pérdidas económicas, pero… ¿qué pasa con la intimidad? ¿Con la identidad? ¿Con lo emocional?
La segunda mitad de este mini-reportaje será publicada este semana en el Blog personal de la autora, mantente al tanto desde su Facebook oficial Revolution on the Road.