Recientemente estaba en Facebook debatiendo sobre las instituciones representativas, a propósito del parlamento exclusivamente masculino recién constituído en Brasil. Yo conversaba sobre la importancia de que los parlamentos del mundo tuvieran políticos de las distintas identidades de género y raza, a fin de poder representar cabalmente a las minorías que comúnmente tienen más dificil acceso a posiciones de poder, debido a barreras estructurales de las que ya hemos conversado anteriormente aquí y aquí.
En ese momento una chica me respondió que ella no creía que la discriminación de género existiera porque su mamá, su jefa y ella son profesionales que han tenido buenas oportunidades y tienen buenos trabajos. Yo lo único que pensé fue: mis ojos lo han visto todo.
Porque una cosa es no estar de acuerdo con las medidas de acción afirmativa, lo cual es completamente válido, y otra es decir que la discriminación no existe.
Partir del supuesto que todos los individuos tienen las mismas oportunidades de acceder a cargos de poder, en este caso, es ignorar las barreras y discriminaciones estructurales que llevaron a las minorías a ser minorías en primer lugar. Decir que no son necesarias las estrategias para mitigar la discriminación porque tal o cual persona pudo «superarla» por si misma es mezquino.
Ese día me quedé pensando al respecto. Reflexioné sobre todas las mujeres de mi familia, las mujeres que he conocido en distintos trabajos y experiencias de vida, y me di cuenta de lo normalizada que está la discriminación en nuestra sociedad, al punto de que muchas no se dan cuenta que son víctimas de ella.
A muchxs les parece normal y hasta bien que la mujer asuma tres roles con éxito (profesional, mamá y esposa, por ejemplo), y dicen: «¡wow, qué increíbles las mujeres que lo hacen todo y con tacones!»; pero el punto es que no notan que la inequidad está en el hecho de que se asuma a la mujer como la responsable indiscutible de esos roles, que nos confinan a nunca llegar tan alto porque es humanamente imposible hacerlo todo perfectamente.
Cuando esta muchacha me expuso sus tres ejemplos como representativos de las mujeres del mundo pensé en lo poderoso que es vivir en negación, porque mientras uno no está consciente de la realidad pues sencillamente no tienes que hacer nada al respecto.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Asimismo, la negación se utiliza también como mecanismo de defensa, que te lleva a sentirte parte del poder y no parte de los oprimidos. Tipo un colchón de seguridad que nos permite negociar la participación femenina en la sociedad. Un lente color rosa que nos muestra el éxito del algunas para que creamos que es una generalidad.
Ojalá esta lógica casuística fuera realmente extrapolable y representativa de nuestra sociedad. Ojalá la mayoría de las mujeres del mundo tuvieran las oportunidades que muchas hemos tenido, y me incluyo. Pero los datos indican que en realidad es una proporción ínfima la de mujeres que logran llegar al tope y, de hacerlo, ganan menos y enfrentan acoso y maltrato.
Parte de lo que me llevó a iniciar un Máster en Estudios de Género y escribir en esta web es el querer contribuir a que muchas más mujeres salgan de esa negación que nos auto-oprime. Parte de mi trabajo va enfocado a que todas las mujeres y minorías tengan iguales oportunidades de demostrar su potencial, y ese trabajo nunca estará completo mientras la violencia y la pobreza afecte desproporcionadamente a las mujeres.
Nunca se podrá decir que la discriminación no existe cuando a nivel mundial las mujeres representan únicamente 17% de los cargos ministeriales, o cuando ganamos 75% de lo que ganan los hombres.
Esta realidad afecta en mayor medida a mujeres de clases desposeídas, con menor acceso a educación y servicios. La dependencia económica y emocional incrementa la discriminación de género; y no, no es un problema de cada hogar individualmente, es un problema social que debe ser atendido como tal.
La cosa es que muchxs viven en su burbuja de clase media-profesional donde tienen todo a disposición para triunfar si así lo desean, y sienten que ese es el común denominador, pero lamentablemente no lo es.
Una de las bases del feminismo es la interseccionalidad y pensar en cómo los privilegios y opresiones operan en cada individuo, haciendo sus experiencias distintas.
Por ello, mujeres, las invito a analizar el ambiente en el que se desenvuelven y a notar cómo opera la discriminación de género.
¡Salgamos de la negación y construyamos un mundo más justo y equitativo!